jueves, 21 de enero de 2010

Sabrina y Moisés, en Vic

Sabrina y Moisés, los hermanos haitianos  de 10 y 7 años, que han sido rescatados con vida, contra todo pronóstico, y tras siete días sin comer ni beber, en lo más profundo de un edificio de cuatro plantas destruido durante el terremoto, han conmovido hoy profundamente a muchísimos españoles, entre ellos, seguramente, a muchísimos que, si esos niños estuvieran en España ilegalmente, les negarían el derecho a ir al hospital a curarse o de ir a un colegio para tener la posibilidad de ser en la vida algo más que unos supervivientes.



Josep González, presidente de PIMEC (pequeñas y medianas empresas de Cataluña), que considera que estos forasteros tienen "una ética distinta a la nuestra", supongo que se refiere a una mayor capacidad de sacrificio, a un voluntad más fuerte o al sentido de la solidaridad que suele acompañar a los desheredados. ¡Ah, pero no, claro, porque eso no genera mayor delincuencia!
Alberto Fernández, líder del PP de Barcelona, refiriéndose también al caso de Vic, señalaba que los inmigrantes hacen competencia desleal a "los comercios de toda la vida". No entraré en lo de la competencia desleal, porque ni merece la pena, pero lo de "toda la vida" es una expresión muy significativa del tipo de persona que es y de sus ideas. Pues bien, no existe nada "de toda la vida". La vida es cambiante, por fortuna, y la cambia el tránsito de personas. Me recuerda esa mentalidad un reportaje de La Vanguardia publicado el pasado fin de semana, realmente muy interesante, sobre los apellidos que más se repiten en el mundo (por cierto que lidera la lista Wang). Pues Fernández, "hijo de Fernando o Hernando" y, antes aún, "hijo de Ferrán", tiene un origen celta, de modo que este hombre tampoco es español o catalán "de toda la vida", nadie lo somos.
Por último, he leído una tercera reacción al Caso Vic, por parte del diputado de Unión del Pueblo Navarro, Carlos Salvador, quien, ante la frase de Zapatero ("los inmigrantes ilegales son seres humanos y tienen derechos"), le preguntó que, entonces, ¿por qué no tienen derechos los fetos, que también son seres humanos?... Al margen de otras consideraciones, ¿es que ese hombre quiere que se reconozca a los fetos el derecho a empadronarse?
 

Constantemente oigo o leo en Internet mentiras peligrosas sobre los inmigrantes: que son demasiados, que quitan el trabajo a los españoles, que hay más niños extranjeros en los colegios que españoles, que reciben ayudas especiales, que tienen privilegios... Plantean la inmigración como una invasión involuntaria o, incluso, como una conquista premeditada. Los datos reales, los estadísticos, los que aparecen en los periódicos y no en los pps que circulan de ordenador en ordenador, desmienten por completo tales insinuaciones pero, además, habría que hacerse dos reflexiones. En primer lugar, las ocupaciones del territorio por uno u otro pueblo, los movimientos migratorios, se producen en el Planeta desde el albor de los tiempos y son, en definitiva, los que nos han hecho; se trata, por tanto, de un fenómeno perfectamente natural y en absoluto nuevo. En segundo lugar, al menos estos movimientos se producen sin violencia o, en todo caso, son ellos las víctimas, en tanto que la mayor parte de las ocupaciones protagonizadas por Occidente han sido por las armas y con resultados desastrosos. Antes de que "ellos" vinieran aquí, buscando un trabajo, fuimos "nosotros" allí, a robarles sus recursos. Y cuando no fue así, cuando la emigración se produjo pacíficamente (de todos los países europeos han partido cientos de miles de personas, sobre todo hacia América), fuimos bien recibidos.


No lloremos por esos hermanos rescatados con las manos entrelazadas o por sus tres hermanos muertos; al menos Sabrina y Moisés recibieron el aplauso de los españoles presentes: aquí hubieran recibido, más bien, desprecio; y sus hermanos murieron en su casa, no en un pasillo de urgencias de un hospital español.



sábado, 16 de enero de 2010

Reconstrucción, no


Es difícil escribir sobre Haití. Es difícil escribir de algo que, ante todo, se siente: no da mucho para pensar, a no ser sobre cuestiones teológicas, como monseñor Munilla, a quien la tragedia le inspira el dilema sobre si es peor la catástrofe humana o la falta de reserva espiritual de Occidente (la respuesta no debe escandalizar a nadie, pues es la lógica de la Iglesia, para quien priman las almas sobre las vidas y una semilla sobre un niño hambriento que, a lo mejor, ni siquiera ha recibido la gracia santificante).
Pero algo me impele a hacerlo: el deseo de que, esta vez, las cosas sean distintas. Quizá el hecho de que Haití sea el país más pobre del Planeta (a mucha gente sólo le impresiona lo más, lo menos, lo mejor o lo peor... en fin, el primero de la lista, sea la lista que sea) y tan ignorado que nadie o casi nadie puede tener nada en contra de él, haga de esta emergencia humanitaria algo diferente a lo que ha sucedido hasta ahora: las conciencias despiertan temporalmente, organizaciones e instituciones envían la ayuda que pueden y después todo el mundo vuelve a lo suyo, hasta que, unos años después, nos enteramos de que los edificios ya están todos en pie y el país sigue siendo el más pobre del Planeta o quizá, en el mejor de los casos, ha pasado a ser el segundo; eso si no nos enteramos también de que buena parte de las ayudas han servido para engrosar aún más las cuentas corrientes de los gobernantes corruptos que después de matar a tantos, con su cruel ineptitud a la hora de proteger a su pueblo de catástrofes previsibles, condenaron también a los supervivientes mediante el robo más vil.
Quizá esta vez seamos capaces de hacer algo distinto: atender a cuantos se pueda, hacer cuanto sea posible por las víctimas, sí; pero también forzar cambios en la política de ese país en el que la gente moría antes igual que ahora, sólo que más despacio; propiciar cambios sociales, hacer inversiones... Que no se reconstruya lo que había, sino que se construya algo nuevo: una sociedad más justa, que en el próximo seísmo o la próxima inundación tenga medios propios para evitar los daños o para reparar los inevitables y, sobre todo, que no sufra los estragos de la vida cotidiana como un cataclismo silencioso y mortífero.
¡Ojalá que este terremoto al menos mueva los cimientos de injusticia social sobre los que se asienta este país en el que la tierra no ha dejado de temblar bajo los pies de un pueblo que fue el primero en abolir la esclavitud pero que no ha dejado nunca de estar oprimido por invasiones extranjeras, primero de Francia, luego de Estados Unidos; por más de treinta golpes de Estado, por dictadores asesinos como la saga de los Duvalier, y por gobiernos corruptos e inoperantes como el que actualmente preside René Preval.


 
 

Y ojalá este apocalipsis no nos haga tampoco olvidar a los jóvenes cooperantes que, desde el pasado 29 de noviembre, están secuestrados en Mauritania. Se trata, precisamente, de ese tipo de personas que, haya o no una catástrofe natural, no dudan en mirar cara a cara la sangre, el hambre y la desesperanza, y hacer cuanto pueden por echar una mano. Esa gente no olvida, ni debe ser olvidada.


jueves, 7 de enero de 2010

La cesta mágica

Es parte del pasado, pero no por ello se sorprendió Gonzalo cuando le tocó en la porra del bar un cuerno de la abundancia, de mimbre, con todo tipo de dulces, latas, embutidos, vinos y una negra pezuña, asomando con orgullo sobre el celofán amarillo. Una potra que iba a solucionar las navidades en plena crisis. Empezaba a desarmarla cuando Consuelo, su mujer, pensó en el director de la sucursal y la hipoteca. Así, se le remitió, no sin antes cambiar jamón por paletilla y ribera por prieto picudo.

El bancario hubiera preferido el pago de una cuota, pero recibió la cesta con satisfacción, aunque pensó en remitírsela al doctor: "se había portado tan bien cuando la varicela de Jaimito...". Así se hizo, pero, antes de la mudanza, doña Úrsula cambió paletilla por lacón y el lomo por un espetec.

El doctor Pérez, cuya despensa estaba rebosante, pensó en la enfermera, pero como la infeliz no esperaba nada, le dijo a su mujer que inspeccionara la cesta, lo cual hizo tras una buena purga.

La enfermera, haciendo un gran esfuerzo, pensó en su hija y en las próximas oposiciones de auxiliar para la Diputación; así pues, se la pasó al concejal de turno para refrescarle la memoria; eso sí, antes extrajo unas barrinas de turrón, y la botella de güisqui.

El concejal, que ya no sabía que hacer con tantas cestas, le dijo a un ordenanza que se la llevara al presidente del partido y así lo hizo éste, no sin antes haber sisado un tarro de marron glacé y unos pimientos del Bierzo. Cuando, a última hora, la esposa y el presidente hacían inventario de los regalos recibidos, doña Flor exclamó: "¡Vaya, una de Romerales! Algo andará buscando este usmia...". Pero enmudeció cuando vio en la cesta, entre el celofán amarillo, una tarjeta, un codillo, una botella de sidra y una lata de foie gras La Piara. "Cariño -dijo el presidente- para las elecciones, recuérdame que ese ruin caiga de la lista". Feliz Año.










Eduardo Bajo
(publicado en La Crónica de León)