viernes, 28 de mayo de 2010

Ahora o nunca

Empiezo a estar harta. O más que harta. Zapatero está demostrando que el tiempo no necesariamente te enseña; ni el tiempo ni el cargo. Sigue cometiendo los mismos errores que cometía cuando era el secretario provincial del PSOE en León: rodearse de mediocres e intentar a toda costa agradar a todos. Supongo que es una cuestión de soberbia o... qué sé yo, no quiero juzgarlo ni importa demasiado. El caso es que sus cualidades están sirviendo de bien poco frente a esos recalcitrantes defectos. Llevo meses recordándome las cosas que ha hecho bien como presidente y diciéndome que valían más que cualquiera de los errores: poner fin a nuestra intervención en la guerra de Irak, aprobar la investigación con células madre, normalizar socialmente la homosexualidad, la ley de dependencia y la creación de la asignatura de Educación para la Ciudadanía. Esas cinco cosas, desde mi punto de vista, salvaban su Presidencia. Procuro no olvidarlas. Me parecen de una enorme trascendencia. Pero es difícil, está, de hecho,  empezando a ser imposible sujetar con ellas el platillo de la balanza que pueda equilibrar esta pesadilla de anuncios de medidas que se rectifican al día siguiente o que no llegan a ponerse nunca en marcha. 
No le culpo del todo. Bien es cierto que el PP, que no se ha renovado en absoluto y sigue poblado por los mismos fascistas y corruptos que antes (y por los que no son ni lo uno ni lo otro, ciertamente), ha decidido que cualquier medio justifica su fin, el de ganar las elecciones, incluyendo el ambiente prebélico en el que están sumiendo al país; negándose (¡y es el colmo, algo que no se les puede perdonar... porque no es el dinero lo más importante y la Educación debería estar por delante de la crisis!) incluso a consumar un imprescindible y urgente Pacto por la Educación.
Pero Zapatero tiene la mayor responsabilidad de, no sólo no ser capaz de sacar al país de la crisis (o, mejor dicho, de dos: la financiera y la de la construcción) sino además, con ello, echarnos en brazos de una derecha que, no lo olvidemos, es quien las ha provocado, con la desregulación total del sistema financiero y la liberación del suelo, es decir, con la creación de las dos burbujas, especulativa y urbanística, que, finalmente, han explotado.
Y nos echa en sus brazos por no ser capaz de enfrentarse a los bancos (¡que nos devuelvan ya el dinero!), a los ricos (¡que reponga el impuesto del Patrimonio inmediatamente!), a los sindicatos (que les corte el grifo con el que se han convertido en poco más que el amparo de los funcionarios y de sus propios liberados); que impida, pero desde hoy mismo, a los ayuntamientos gastar dinero a manos llenas en engordar plantillas con los sobrinos de los amigos y privatizar servicios públicos; que disuelva las diputaciones provinciales y los patronatos que no sirven para nada más que procurar sobresueldos a los políticos; que impida los escandalosos salarios de los banqueros, incluidos los de las presuntamente públicas Cajas de Ahorro...
Que se atreva de una vez a hacer lo que debe (incluyendo sustituir a toda la corte de aduladores de la que se ha rodeado por personas con criterio) y, de hecho, estoy segura de que quiere, pero sin un minuto de dilación... o dejará a las puertas de Cáritas a sus decepcionados votantes y pasará a la historia como uno de los peores presidentes de Gobierno con un programa que ofrecía la esperanza de todo lo contrario.

jueves, 6 de mayo de 2010

El día en que a las niñas les quitaron las pelotas


Recuerdo los primeros años escolares de mi hija mayor. Desde pequeñina ha sido muy activa, así que sus juegos favoritos consistían en trepar, saltar, correr, dar volteretas y, en fin, moverse. A la hora del recreo el profesor les daba una pelota como único juguete. Un día, en Primero o Segundo de Primaria, salió muy enfadada del colegio: un niño se hacía con la pelota en cuanto tocaba el patio y a ella no la dejaba jugar. Me explicó que ese niño jugaba con otros niños, pero a ella no la admitían, así que tenía que quedarse con las otras niñas jugando a comiditas, lo que le resultaba mucho más aburrido. Cuando le conté la situación a su tutora, al parecer firme partidaria de una sociedad ultraliberal y contraria a toda regulación o discriminación positiva, me dijo que los niños tenían que resolver solos sus conflictos; apelé al director y éste me propuso que, en último extremo, ella llevara su propia pelota, lo que me resultó totalmente antipedagógico, pues no se trataba, en mi opinión, de que ella pudiera jugar a la pelota, aunque fuera sola o con otra niña, sino de que pudieran jugar niñas y niños, distribuyéndose por juegos, no por sexos.
Aún estaba yo dándole vueltas a otra estrategia a seguir cuando me anunció que ya no quería jugar a la pelota: sólo jugaban los niños y, además, sólo jugaban al fútbol. Evidentemente, se había adaptado a la nueva situación, a esa norma social de niños con niños y niñas con niñas, con ambos grupos haciendo cosas bien distintas; en ese último proceso perdió al que, hasta entonces, había sido su mejor amigo, pues éste también se había acostumbrado a pasar el recreo jugando al fútbol con los demás niños.

Ayer mi hija pequeña, de 6 años, salió muy enfadada del colegio: "Pablo Jiménez coge la pelota y se la quedan los niños todo el recreo y a mí, mamá, no me dejan jugar".
Sé muy bien cómo termina esa historia... estamos en ella. Ahora sé también cómo y cuándo empieza.

miércoles, 5 de mayo de 2010

Un ordinal, por favor


Decidido. Este año no celebraré el 40 aniversario del Día de la Tierra (y lo siento de verdad), ni el 92 de la independencia de Lituania (lo siento menos, ciertamente), ni el 125 del nacimiento de Blas Infante o el 91 de la muerte de Zapata o el 30 de la de Rodríguez de la Fuente; no celebraré el 20 aniversario de la liberación de Nelson Mandela, la creación de Photoshop, la puesta el órbita del telescopio Hubble, y ni tan siquiera el 100 del nacimiento de Miguel Hernández.
Estoy harta de cardinales y, aunque el nombre cardinal es mucho más bonito y evocador que el de ordinal, porque prefiero orientarme que seguir el orden, añoro enormemente esas palabras que, por difíciles, resultan tan especiales: cuadragésimo, nonagésimo segundo... Porque, ¿quién puede negar la belleza de un, por ejemplo, sexagésimo sexto o quincuagésimo quinto? Y, por contra, ¡qué incoherente resulta decir el veinte aniversario o el 13 centenario!
Les pasa a los ordinales lo que a tantas normas (como el plural de las palabras terminadas en "i", que parece una bobada, pero yo no me acostumbro a vivir entre marroquís o hindús), por no decir tantísimas palabras, que ya no es que caigan en desuso, yéndose al limbo de las palabras olvidadas, sino que, a menudo, son asesinadas por otras, importadas tal cual o deformadas, del idioma inglés.
Cierto que la lengua tiene que evolucionar, al modo en que evoluciona la sociedad, pero esa evolución hacia el empobrecimiento le recuerda a una, de forma demasiado dolorosa, esa evolución social hacia lo simplificador, lo mísero, lo tópico, lo gregario... Y, en todo caso y sobre todo, estoy dispuesta a aceptar (¡qué remedio!) la inevitabilidad de ese camino paralelo, pero lo que rechazo de pleno es que, tan a menudo, el lenguaje cambie no porque cambie la forma de hablar de la gente, sino por la ignorancia de quienes hablan para los demás con eco inmerecido, a saber, periodistas, políticos y famosos; de modo que si su ignorancia les lleva a desconocer el uso de los ordinales, no sólo tienen la cara dura de sustituirlos por cardinales sino que, encima, lo hacen con tal desparpajo e insistencia que consiguen generalizar sus errores.