lunes, 24 de enero de 2011

Zapatero mató a Manolete

Sí, así, es, fue él, quién si no. Zapatero ha creado la crisis, la ha gestionado mal, es el peor presidente de la Historia, ha creado el caos, nos lleva a una nueva Guerra Civil, ha creado los problemas migratorios, ha hecho polvo el sector público y el privado, ha enviado al paro a millones de personas, ha destruido la familia... ¿Qué más?... Pues todo. Así que lo de Manolete... pues lo mismo.

El caso es que, haciendo un poco de memoria, yo recuerdo ahora que subió el salario mínimo interprofesional, subió las pensiones más que ningún predecesor; creó la Ley de Dependencia que ha cambiado radicalmente la situación y la consideración de miles de personas, sobre todo de mujeres, que hasta entonces y secularmente tenían que sacrificar sus vidas personales y profesionales para cuidar de sus padres, hijos o suegros enfermos, sin ayuda alguna; aprobó la experimentación con células madre, dando una esperanza de vida a millones de enfermos en el futuro; la ley que permite casarse a los homosexuales, dando un paso de gigante hacia la normalización de una sociedad en la que la sexualidad no sea motivo de discriminación; retiró a las tropas españolas de Irak, ha destinado más dinero que nadie a la ayuda al Tercer Mundo, aprobó el cheque bebé que, hasta que la crisis lo ha hecho imposible, ha sido una buena ayuda para muchísimas personas con pocos recursos, y lo mismo puede decirse de la ayuda a los parados, ha facilitado a las adolescentes poder decidir no convertirse en madres prematuras, ha convertido la ofensa racista en delito, ha sido el más laico de los presidentes... Y, aunque no es un pico de oro, me quedo con dos frases, dichas al parecer en privado, que podrían exculparle incluso de haber matado a Manolete: "Recortar la ayuda al Tercer Mundo me duele tanto como arrancarme un brazo" y "Ante la duda, democracia".
España no va a ser la misma después de Zapatero, afortunadamente, porque es el presidente que más ha modernizado y democratizado la vida social de este país. Y, desde luego, no sólo no creó la crisis económica, sino que orientó su solución hacia la protección de las víctimas de la crisis por encima de cualquier otra consideración, lo que me parece muy acertado, aunque se haya quedado a todas luces corto y haya fallado estrepitosamente (él y todos los demás presidentes europeos y el norteamericano) en poner remedio, no a las consecuencias, sino a las causas de la crisis; en todo caso, se trata de algo que, de ninguna manera, hará el PP, a quien sí puede achacársele un gran responsabilidad en la crisis, ya que la crisis de la construcción la creó Aznar con su política liberalizadora de suelo y colaboró en la crisis financiera internacional, como el resto de la derecha, con la política neoliberal que dejó todo el poder en manos de los bancos y especuladores financieros.
Ciertamente, ha cometido graves errores, sobre todo, a mi entender, no haber admitido y abordado la crisis económica antes y haberse rodeado, reiteradamente, de pésimos ministros, asesores y comunicadores, en mi opinión por su costumbre (ya la tenía en León) de promocionar a los miembros de su club de fans y no a personas con ideas propias, críticas y competentes. Le ha perdido su vanidad, pero no creo que eso justifique la campaña cruel y brutal que, desde hace meses, se sigue contra él, tanto política como personalmente, sobre todo porque me queda un último argumento a su favor, tan indiscutible como importante: Zapatero no parece haber hecho nada pensando en su enriquecimiento personal y realmente creo que saldrá de La Moncloa (cuando salga) con las manos limpias.

sábado, 15 de enero de 2011

Mohamed Bouazizi

Se llamaba Mohamed Bouazizi. Era un joven informático de 26 años, que no encontraba trabajo en su país, una autocracia gobernada por un tirano desde hacía 23 años. Incapaz de salir del paro, decidió poner un puesto ambulante de fruta y verdura para, al menos, garantizar su supervivencia y la de su familia. Con ese puesto recorría la ciudad, una ciudad del interior del país, muy lejos de las aglomeraciones de turistas de la costa, cuando le abordaron dos policías que, tras advertirle que la venta ambulante era ilegal, le destrozaron el puesto.
Esa era la gota que desbordaba el vaso. La ley, que no era capaz de protegerle, de procurarle una forma de vida, de permitirle un trabajo acorde con su vocación y estudios, le negaba, además, esa última forma de supervivencia. Los frutos desparramados en el suelo por la brutalidad de un sistema incapaz de garantizar a los ciudadanos sus derechos básicos, un sistema que beneficia sólo a los ricos y deja en la estacada a quienes realmente necesitan ayuda, eran las uvas de la ira. Cualquier parado sabe perfectamente lo que es la exclusión, ser expulsado de todo, sentirse en un limbo en el que no le importas ya a nadie más que a los tuyos; un pozo al que pocos se asoman y casi nadie se atreve a inclinarse para echarte la mano. En el banco, donde se pone alfombra roja a quien tiene una deuda de millones de euros, alguien que tiene una deuda de 30 euros no encuentra sino trabas; en las oficinas del paro, quienes aguardan lo hacen mirando al suelo; cuando se encuentran con un conocido, se sienten avergonzados.
Ese joven decidió hacer bien patente esa exclusión, convertirla en definitiva y pública. Extinta su última esperanza, no merecía la pena seguir viviendo, pero sí la merecía protestar, dejar claro por qué tiraba la toalla, de modo que fue a una de esas populosas ciudades costeras llenas de turistas que gastan sus ahorros al sol entre una nube de mendigos, para autoinmolarse. Se prendió fuego a la vista de todos. Y su anonimato llegó hasta el momento en que llegó la ambulancia y se lo llevó al hospital, con la mayor parte de su cuerpo abrasado.

 Nadie hizo una foto del héroe desconocido, pero su gesto no pasó desaparecibido. Ese "hasta aquí he llegado" del joven se convirtió en un "hasta aquí hemos aguantado" de miles de personas. Las movilizaciones llegaron a tal magnitud que el autócrata se vio obligado a visitar al héroe en el hospital, en la única fotografía que he podido encontrar. Pero ya fue inútil. Diecinueve días después de quemarse a lo bonzo, Mohamed murió en el hospital, y diez días después, el presidente se vio obligado a dimitir. Después de haber tenido, durante 23 años, un poder absoluto, un muchacho le ha obligado a salir huyendo.
Mohamed Bouazizi, sin rostro, sin pasado, ha escrito la historia más bonita de los últimos años y nos ha devuelto a todos la esperanza: sí, es posible cambiar las cosas.

http://noticias.lainformacion.com/mundo/mohamed-bouazizi-el-vendedor-de-frutas-que-acabo-con-el-regimen-de-ben-ali_nPXlxDoqdfw7ZJ9DwkX997/