jueves, 12 de diciembre de 2013

Tontas


En estos días en los que contemplamos impertérritos cómo el Fiscal Anticorrupción ¡se opone! a que el juez Castro (¡qué poco le queda para que lo acusen de prevaricación y lo destierren!) impute a la infanta Cristina por fraude a la Hacienda Pública y blanqueo de dinero, a mí me preocupa qué será de Agustina Álvarez. 

Esta señora es la alcaldesa (del PP) de Cubillas de Rueda, un municipio de poco más de quinientos habitantes que, justo en los días previos a las Elecciones Municipales, sufrió un curioso crecimiento de su población, con 29 nuevos empadronados. No es habitual, desde luego, en un municipio que, en el último decenio, ha perdido unos trescientos habitantes, de modo que la Oficina del Censo Electoral pidió a la alcaldesa que confirmara que, en efecto, esos empadronamientos eran reales. Ella, con mucha soltura, afirmó y firmó que lo eran, pero después se comprobó que los nuevos vecinos se habían empadronado en casas vacías o que, sencillamente, no existían. No hace falta ser muy listo para imaginar a quién votaron. El caso es que ella, al parecer, tampoco es muy lista, porque en el juicio, celebrado hace un mes, la señora alcaldesa se defendió diciendo que es un ama de casa con estudios de EGB que se limitó a firmar lo que escribieron los funcionarios.

Y he aquí por qué me preocupa tanto el caso de esta señora, que se atreve a presentarse para dirigir los asuntos públicos de su municipio y luego alega que es una inculta que firma sin leer y no se entera de nada pero que, eso sí, sigue siendo alcaldesa. ¿Es que ha cundido el ejemplo de la infanta, una señora que se casa con un tipo que, según han publicado Eduardo Inda y Esteban Urreiztieta, ya era un chorizo cuando se conocieron, con el que ha participado en la gestión de empresas fantasma con cuyos beneficios ha llevado y lleva una vida de lujo asiático (gastaron con cargo a Aizoon y en sólo cuatro años 58.000 euros en billetes de avión y tren, 13.816 en restaurantes, 10.271 en hoteles, 8.312 en joyas...) y dice no tener nada que ver, haber firmado sin saber qué, ostentado cargos sin enterarse de nada y, en definitiva, ser tonta pero, eso sí, sigue gastando a manos llenas y ejerciendo un alto cargo?

Decía Rudyard Kipling que "la más tonta de las mujeres puede manejar a un hombre inteligente, pero es necesario que una mujer sea muy hábil para manejar a un imbécil". ¿Quién maneja, pues, a quién, en la familia Real? ¿Dónde está la habilidad y dónde la imbecilidad?

Sea como fuere, no son casos únicos. La historia de la corrupción está llena de hombres podridos de dinero e infamia con mujeres que se hacen las tontas. Es más, imagino que esa mala costumbre tiene que ver con el papel de tontas que los hombres han dado a las mujeres durante siglos. Lo que me parece nuevo y terrible es que, después de tanta sangre y lágrimas que ha costado la lucha de la mujer por su dignidad y por ejercer el poder en igual medida que los hombres, haya mujeres que opten por esa cobarde actitud habiendo, de hecho, accedido a ese poder. Y es que no estamos hablando de mujeres oportunistas que viven a la sombra de un marido rico dedicadas a sus labores de florero, sino de mujeres que también tienen, en mayor o menor medida, el poder en sus manos, desde una alcaldesa de pueblo a una infanta, pasando por la ministra de Sanidad. 





domingo, 10 de noviembre de 2013

La lista


Aquí estoy, ya sabes, con mis listinas
pulcras e interminables.
Hoy tacho comprar comida
sin mirar
al mendigo de la puerta,
no mojar las sábanas
con el llanto que contuve
durante el día,
recordar a las niñas
cuánto las queremos.
Tacho las tres cosas
-¡qué extraño e interno placer
superponer la recta sobre
las letras curvas, prenderlas
con un trazo al infinito geométrico!-
Y añado:
sacar fuerzas de la flaqueza,
sueños del insomnio,
confianza del rencor,
indignación de la pesadumbre,
presente del pasado roto,
manos tendidas
de los muñones del miedo.


martes, 5 de noviembre de 2013

Todos los santos


Acabó el puente de todos los santos, donde los muertos son esos seres añorados a los que llevamos flores, pero también ánimas que vagan entre nosotros, de modo que su ausencia nos impele a mostrarles que no habitan el olvido, pero su presencia nos perturba. La importación de la fiesta de Halloween la ha convertido también en una parada de los monstruos con la que, supongo,  nos burlamos de forma histérica e histriónica de nuestro miedo a morir. Así que toda la celebración es un caos, como probablemente lo sea nuestra relación con la muerte, llena de sentimientos encontrados. Cada cultura ha ido elaborando su propia relación con la muerte, tan diversa como la esperanza en la reencarnación o la alegría jubilosa de algunas tribus africanas.
Lo que importa no es la muerte sino la forma de morir.
El horror este puente ha estado pintado en las máscaras, pero no en las de vampiros sedientos de sangre o zombis podridos. El horror está en la máscara con la que nos impedimos ver la sangre y la podredumbre real.
Cien cadáveres en las arenas del Sáhara, casi la mitad de niños y niñas, muertos de sed al intentar atravesar el desierto en busca de una vida que les dé la oportunidad de ganarse la vida, el derecho a vivir. Cientos de muertos flotando en las costas de Lampedusa y 114 supervivientes deportados y multados. Veinte mil gitanos, la mitad de los cuales son niños, temblando de miedo porque pueden perder cuanto tienen y tener que emprender el éxodo de su país, Francia.
El horror es pensar que el Mare Nostrum es, realmente, nuestro, el de quienes nacemos en una de sus orillas. El horror es pensar que el escaso 4 por ciento que forman los inmigrantes extranjeros en Europa pone en peligro nuestra civilización. El horror es multar a los lampedusianos que ayudaron a sobrevivir a seres humanos con su mismo derecho a la vida y no perseguir a quienes les dejaron ahogarse o recluir a los "afortunados" supervivientes en campos de ignominia donde tienen que dormir a la intemperie. El horror es que el presidente de Iberdrola viva con un sueldo de siete millones y medio de euros y millones mueran sin nada.
Giuseppe Tomasi di Lampedusa, príncipe y autor de "El Gatopardo", escribió en esa novela la célebre frase de "hace falta de algo cambie para que todo siga igual". Pues ahí estamos.


viernes, 1 de noviembre de 2013

Letanía para el 1 de noviembre


Señor de las aguas, roble milenario,
el habitante del faro, el vigía
del bosque, guardián
de manantiales y regueros
que emerge desnudo del lago;
constructor de chozas, de ideas
y canales en la arena,
de prendedores de hojas y flores,
de aromas; espejo de la hierba mojada
y de la escarcha en la ventana;
inventor de mapas, cabal;
escudo de avispas, polillas 
y pesadillas,
gran cazador de mosquitos y temores,
ojos sin nubes cristal del prado,
espuma blanca en el rugiente mar de la noche,
abrazo, cálida arena, 
número capicúa -y esos hoyuelos que adoro-, 
el guardarríos, rey del amanecer, 
el horno del pan, el fuego
en invierno, la cama caliente
y la mano que envuelve, que irradia,
que lleva prendido el gatito huérfano,
atlante de todas los pesares,
amigo de los pájaros diminutos y los
solitarios autillos,
pacífico habitante del adobe,
olor de café y lavanda
en la mañana;
ladrón de nueces verdes, lilas y moras, 
hortelano de las palabras, 
el camino de estrellas, brújula,
hilo de Ariadna, flecha
en el tortuoso sendero, guía de durmientes
en las madrugadas,
siesta, sonrisa, sombra,
perfume, ágora,
fresa silvestre,
maletín de sueños,
pan de raposa para el hambriento,
transparente campo de rocío,
el gran gigante bonachón,
dulce Gulliver; el tesoro escondido
en lata y cartón,
reloj de muñeca y bolsillo, carillón,
despertador de conciencias;
sueco, canadiense, hindú;
bosque y más bosques,
agua y más agua,
libros,
iris, nido, maíz tierno, ave
migratoria, leal cigüeña, silencio,
rumor de fuente,
naranjo y limonero, carta
de amor, tierra húmeda,
árbol frutal,
el más vivo de todos los muertos.




viernes, 11 de octubre de 2013

El quinqui de la esquina


La crisis está hundiendo el barco social como el iceberg al Titanic. Por supuesto, el agua empezó a inundar los sótanos y los pisos más bajos, en los que se alojan las clases sociales más vulnerables, empezando por los inmigrantes, siguiendo por los obreros y trabajadores por cuenta ajena con peores contratos y, después, trabajadores con más de 45 años o menos de 25, interinos de la Administración... Pero la cosa no ha terminado ahí. El agua ha inundado los camarotes de profesionales liberales ligados a sectores en crisis, como arquitectos o periodistas que, hasta hace poco, formaban parte de una clase media más o menos acomodada; ha tocado a los intocables funcionarios, a los comerciantes... ésos que, en mi adolescencia llamábamos pequeñoburgueses, y que con los años de democracia y bienestar se hicieron "mayores" y conformaron la burguesía urbana. 

Quienes provocaron la crisis -banqueros, especuladores, directivos- no sólo están a salvo, sino que obligaron al pasaje a vaciarse los bolsillos, antes de echarles por la borda, para comprarse lujosos helicópteros en los que han huido allá donde no llegan los gritos de auxilio de los ahogados.

En medio, la clase media alta, la de quienes exprimieron la sociedad del bienestar en su favor -constructores, grandes empresarios, consejeros y muchos políticos- se aferran a proa, cara al viento, confiando en que, si caen, los pasados beneficios les librarán de mojarse los pies.

Pero aún queda una clase media. básicamente la de profesionales, funcionarios de niveles altos, medianos empresarios, rentistas y quienes, de un modo u otro, se han librado de la quema, que se encarama al palo mayor con desesperación. Su preocupación no es, como antes, la de ascender, sino la de no resbalar y, por ello, patean sin compasión a quienes intentan aferrarse a sus piernas y miran hacia abajo con el desprecio que provoca el miedo. Son ésos que, cuando, casi a diario, ven recortado (¡qué demonios recortado! ¡arrancado de cuajo, mas bien!) alguno de sus derechos, no se quejan de quienes los van acumulando ilegítimamente, sino que dicen cosas como "¿por qué el quinqui de la esquina puede aparcar donde quiera y a mí me obligan a pagar el vado?" o "¿por qué cualquier inmigrante puede llevar a sus hijos al colegio y mi niño no tiene plaza donde yo quiera?", "¿por qué cualquier gitano tiene una ayuda y yo...?"...

Son, en definitiva, el monstruo vociferante que han creado los dueños del Mercado para que no oigamos el ruido de sus fiestas; son los votantes de Marie Le Pen, del Amanecer Dorado... de esa ultraderecha que sólo sabe mantenerse a flote sobre las cabezas de los más débiles y que, sobre todo, evita que éstos tiren piedras a los helicópteros.

martes, 24 de septiembre de 2013

Vuelta al cole



Empezó el curso. Ya están los niños y niñas donde deben de estar: sentados en una silla lo más quietos posible (¡ah, qué lejos quedó la Escuela Peripatética!). Se les enseñará una Historia sin sentido, en la que se empieza por unos señores que vivían en cuevas, pero que no se sabe muy bien donde terminan y, sobre todo, qué relación tienen con nosotros; una historia a cachitos, como quien coge un lienzo y pinta un caballito y, cuando está perfectamente pintado, a su lado hace un árbol... pero sin visión de la obra completa. Aprenderán en Science a decir en inglés cosas tan útiles como citoplasma o cloroplastos, mientras en la clase de Inglés el profesor les hablará en español; eso sí, es probable que les enseñe el Past Tense antes de que, en Lengua Española, aprendan a conjugar un verbo. Aprenderán lo que es una célula y las mil y una partes y clases que hay, sin saber nada sobre el origen de la vida ni, mucho menos, su sentido, puesto que no se estudia Filosofía. Van a aprender a tocar el Himno de la Alegría con la flauta, pero no van a escuchar a Beethoven. Van a aprender a hacer todo tipo de recortables y collages, pero no verán un cuadro. Aprenderán a hacer cuentas, sistemas de ecuaciones o raíces cuadradas, pero no lo que cuestan las cosas ni el origen del dinero ni su papel en el sistema en el que vivimos. Harán gimnasia, pero les venderán bollos y refrescos en la puerta. Les enseñarán algo sobre los hábitos de vida saludables, pero les joderán la espalda para siempre con la mochila. Les recomendarán la lectura de algunos libros, pero no les enseñarán a leer el periódico. Y, por supuesto, memorizarán montañas de información, pero no aprenderán a coser un botón, a preparar una comida sencilla y saludable, planchar una camisa o manejar una llave inglesa; es decir, a ser personas autónomas capaces de sobrevivir por si mismas. 


Por la tarde, llegarán a casa con montañas de deberes y serán las madres las que, cuando no hagan de chófer para desplazar a sus agobiada prole de una a otra inevitable actividad extraescolar, tendrán que convertirse en señoritas Rotenmeyer, ocupadas en explicar, ayudar, corregir y, sobre todo, reñir y, claro está, sin tiempo para hablar de lo que realmente les importa. Y, finalmente, las criaturas se sentarán a ver un rato la tele, que les convencerá de que aprender es inútil porque el triunfador es siempre un ignorante; o bien podrán conectarse un rato al Tuenti para dar rienda suelta a su segunda personalidad y vengarse en un ciberespacio sin normas, familia ni ética, mostrándose todo lo soeces, analfabetos, superficiales, exhibicionistas, precoces y hasta crueles que puedan.

La cosa acaba el viernes por la tarde cuando, por fin, pueden ir todos, padres e hijos, al psicólogo.







miércoles, 21 de agosto de 2013

Lecturas de viaje


Leo, mientras viajo, "Viajes y otros viajes", de Antonio Tabucchi. En uno de esos viajes cuenta una historia sobre un hindú que va en moto y se detiene junto a su coche en un paso de tren, en Mahabalipuram. Espera, como él, que el tren pase y se alce la barrera. En la moto lleva, envuelto, un cadáver. Lo lleva para incinerarlo junto a un río cuyas aguas, sagradas, transportarán su alma hacia una nueva vida. El escritor no sabe qué decir a su momentáneo vecino, impresionado por esa carga que, seguramente, es la de un ser querido, y le dice la primera bobada que se le ocurre para iniciar una conversación: "Soy italiano". En ese momento la barrera se levanta y el chófer del escritor emprende la marcha, pero por la ventanilla alcanza a oír la respuesta del hindú: "Vespa", dice.
La historia impresiona aún sin entenderla. Como La India.

Una interesante reflexión tras ver una importante colección de arte aborigen en un museo australiano, sobre las paradojas de la Historia: "Una civilización destruye otra y después la mete en un modernísimo museo".
Es curiosa la obsesión moderna por los museos; por guardar, conservar, encerrar... en un mundo vertiginosamente cambiante. Cuando tenemos algo bajo llave, entre paredes, de forma que podamos controlarlo, es decir, esclavizado o muerto, dejamos de temerlo o de odiarlo y, por el contrario, podemos empezar a admirarlo. Es como cuando buscamos las cualidades de alguien cuando ya ha muerto o la admiración por Camarón de quienes desprecian a todo gitano.

El libro menciona también, en varios capítulos, a Lisboa y a Pessoa, lo que inevitablemente me lleva a otros viajes, mis viajes con José Luis a su amado Oporto y a Lisboa, donde nos alojamos en una pensionzucha que estaba en la Rúa Da Gloria... como nosotros entonces. Allí escribí muchos poemas que, por supuesto, he perdido, como perderé el diario de este viaje, algún día, en alguna caja que terminará en un gran basurero, el de las vidas anónimas. Pero también las palabras de los seres anónimos entrarán a formar parte del sustrato de la vida y, al fin, el Universo es infinito y tiende a su extinción, así que, a pesar de que sea la palabra "la única manera posible para salir del laberinto de nuestro cerebro" (Sophia de Mello, quien escribió sobre "la banalidad del mal" que tan bien define a tantos), ¡qué importa que nosotros o nuestras palabras lleguen a un sitio u otro, a un museo o a un vertedero, a las aguas sagradas o a la incineradora de resíduos!



Sólo importa el amor.
Y leo:
"Amor,
puesto que es palabra esencial,
inicie esta poesía y la envuelva entera.
Amor guíe mi verso, y al guiarlo
reúna alma y sentidos, miembro y vulva.
¿Quién osará decir que no es más que alma?
¿Quién no siente el alma expandírsele en el cuerpo
hasta desembocar en un puro grito de orgasmo,
en un instante de infinito?"
Carlos Drummond

miércoles, 31 de julio de 2013

A quien interese...



Era la persona que no gustaba a la derecha porque él era de izquierdas (estaba en contra del capitalismo especulativo, del injusto reparto de la riqueza, de los beneficios sin tope...), pero no gustaba a la izquierda porque era contrario a toda forma de dictadura, también la cubana; no le gustaba a los empresarios porque no aceptaba la búsqueda del beneficio que no fuera social, pero tampoco a los sindicatos porque no publicaba sus cifras de manifestantes el 1 de Mayo, sino que los contaba. Era la persona que nunca estuvo totalmente de acuerdo ni totalmente en desacuerdo con nadie, ni estuvo en un colegio profesional porque abominaba de todo lo injusto y arbitrario que hay en el gremialismo, el corporativismo, el nacionalismo, el racismo o cualquier idea o asociación excluyente.

Era la persona que no quería tener hijos para no verse en la tesitura de tener que pedir nunca un favor a un poderoso (algo que temía podría llegar a hacer por un hijo) y que hacía un favor (el que fuera y sin necesidad de pedírselo) sólo a los débiles que se cruzaban en su camino (muchos inmigrantes pueden dar fe de ello). A su último "proyecto", al que se dedicó los dos meses que pasaron desde que conoció su sentencia a muerte hasta que ésta se ejecutó, lo llamó "El maletín de los sueños" y consistía en idear y organizar todo aquello que pudiera hacer felices a las personas que quería o apreciaba.

Era tremendamente lúcido (en todo), pero no brillante, en una sociedad que sólo se guía por el brillo, a menudo falso. De hecho, tampoco me gustó a mí, cuando le conocí, porque no tenía una imagen definida: no iba de intelectual, ni de "progre", ni de moderno... ni de ninguna cosa. Hablaba poco, porque sólo hablaba de lo que sabía y ello siempre requería información y reflexión previa. Paripé, ingenio, frivolidad, imagen, superficialidad, labia... eran conceptos que le eran totalmente ajenos. Integridad, la palabra que mejor le definía. Nunca daba a nadie una palmada en la espalda, sino la mano. Y yo hoy quiero actuar como él, sin rodeos, y escribir lo que, sí, parece y es claramente un panegírico, no sé si oportuno, creo que necesario y, desde luego, totalmente cierto; pero a mi estilo: demasiado largo y, por supuesto, incompleto.

José Luis era... el mejor periodista con vocación de farero.
Sólo se puso bajo los focos en dos ocasiones: para denunciar el hambre en el mundo y para, a través de un nuevo partido del que fue artífice intelectual, incitar a la gente a salir a la calle en defensa de una democracia real cuando aún no se sabía nada de la gestación del movimiento 15-M.

Era la persona que no gustaba a quienes trabajaban bajo su dirección (o a la mayoría) porque no tenía ni deseaba el don de gentes (no contaba chistes, no se acordaba de cómo se llama la mujer o el marido de alguien, no preguntaba por el catarro del niño ni se iba nunca de copas; sencillamente daba la vida por alguien, si hacía falta) y, sobre todo, porque siempre decía la verdad, pero sólo la verdad, sin adornos, con el número justo de palabras, y porque nunca se escondió detrás de nadie: cuando tenía que despedir a alguien peleaba hasta el límite por no hacerlo pero, si no quedaba otro remedio, jamás se escudaba en el "no es cosa mía" ni el "qué más quisiera yo", sino que asumía toda la responsabilidad. Pero, sobre todo, era la persona que no le gustaba a sus jefes, y por las mismas razones.


En su estreno como periodista, ocupó un cargo en un Gobierno Civil y dimitió cuando su jefe se negó a detener a dos guardias civiles que habían cometido un error fatal. Alumbró en León el periodismo sobre consumo, un asunto que le interesaba porque afectaba al conjunto de la sociedad (todos somos consumidores) y a la justicia (no soportaba el engaño ni el abuso) y cuando sus reportajes fueron censurados no le importó lo más mínimo renunciar a su autoría y divulgarlos a través de una agencia de noticias; con todo, le valió el despido, pero no alardeó de él. Se fue con la discreción que le caracterizaba en todo lo que hacía.

Era la persona que se enfrentó al dueño de toda una ciudad, el todopoderoso empresario que entró en la cárcel por el Caso de la Construcción y salió con más poder del que antes tenía. Y lo hizo con rigor y sin adjetivos y, por supuesto, la conciencia de que podría pagar el precio el resto de su vida.
Consiguió que Diario 16 Burgos marcara un antes y un después en esa ciudad, desde el punto de vista político y social, y que fuera el único del Grupo 16 que no daba pérdidas, a pesar de contar con el boicot de todas las instituciones (muchos funcionarios no se atrevían siquiera a mostrar el periódico en público y él fue objeto de pintadas, amenazas e insultos que, desde luego, ni le afectaron personalmente ni convirtió en noticia) gracias a fórmulas tan innovadoras como el Mercado 16. A pesar de que el cierre fue largamente anunciado, renunció a varias propuestas de trabajo en medios más poderosos por disfrutar del privilegio de dirigir un medio que era realmente libre y, desde luego, no convirtió la despedida en un género periodístico con el que ganarse admiración ni consuelo.

Cuando el grupo finalmente cerró, invirtió hasta el último céntimo de la cartilla de ahorros y del paro en intentar un proyecto utópico pero imprescindible: un periódico que no dependiera de ningún empresario, sino de un grupo amplio y heterogéneo de intelectuales, entre los que se encontraban Vela Zanetti, el artista Juan Vallejo, el arquitecto Javier Bartolomé... todos aportando el mismo capital. Por supuesto, y aunque el periódico sí fue una realidad, perdió la esperanza de hacerlo posible tal como lo concibió, como un periódico de verdad independiente, renunciando cuando ya había conseguido caer en manos, cómo no, de constructores. Se fue silenciosamente y sin recuperar el dinero.
Era la persona que perdió un trabajo de director general antes de cobrar el primer mes, porque sospechó que lo que se esperaba de él no era del todo honesto profesionalmente. También se fue sin ruido.

La paternidad, en efecto, le empujó donde no deseaba: a aceptar un trabajo que no le gustaba y al que, de hecho, había dicho "no" algún tiempo antes. Sólo tuvo tres conversaciones personales con el dueño del periódico. La primera fue telefónica. José Luis llevaba a su hija a la guardería antes de ir al trabajo, donde llegaba el primero, a las 9 de la mañana, para poder leer toda la prensa posible (solía decir que poder hacerlo era lo mejor de su profesión); su jefe le preguntó dónde estaba y él, por supuesto, dijo la verdad, y le cayó una bronca por ser "tan familiar". La segunda y la tercera vez le ordenó que hiciera algo que no quiso hacer porque perjudicaba a los trabajadores y se negó; en la primera de las ocasiones, su jefe le dijo que debería irse y él se limitó a contestarle que lo despidiera cuando quisiera, y en la segunda le reprochó que no tenía huevos y él sólo contestó con un "pues a lo mejor". Por supuesto, no les dijo nada a los trabajadores porque él no se jugaba su trabajo por los demás para que se lo agradecieran y porque no lo hubiera considerado leal para con su jefe y, por muy mal que se llevaran, él era leal. A pesar de ello y afortunadamente, el jefe nunca se fió de él y siempre tuvo a una persona interpuesta entre ambos. Esa falta de confianza tuvo como resultado negativo que nunca se aceptaron sus ideas ni se escucharon sus advertencias. Ni una sólo vez se equivocó, pero tampoco se le reconoció, porque él no hablaba con énfasis, no hacía gracias o aspavientos, pero tampoco pasó nunca una factura ni estuvo en su vocabulario el "ya os lo advertí".
Se limitó a contar las cosas en un orden de importancia que nunca empezó por lo complaciente, sin decir jamás nada que fuera una falsedad o una verdad retorcida. La verdad (la verdad de la buena, que decíamos de pequeños) está en sus libros, los que pudo escribir cuando ya no tuvo ningún jefe.

Y sí, fue la persona que cuando se quedó en el paro, después de dirigir medios de comunicación durante veinte años, no tenía ni un sólo amigo entre los poderosos de ningún partido político, de ningún sector. Nadie había adquirido ningún compromiso con él, por el que pudiera compensarle. Por eso siguió en el paro hasta que llegó el fin (¿habrá algún otro caso?). No le sorprendió en absoluto, aunque sí le hubiera sorprendido (mucho y muy dolorosamente) que le diera la espalda otro tipo de personas: compañeros, colegas de profesión, simples conocidos o quienes él consideraba amigos.

Sobrevivió a base de amor y de amistades más que entrañables. Eso es lo que tenía. Mucho más de lo que esperaba y mucho menos de lo que merecía.





lunes, 22 de julio de 2013

¡A por la pasta!


Casi cada día descubrimos un nuevo desfalco, en el que, inevitablemente, hay implicados políticos y empresarios. Y nos horrorizamos. Con razón, pero con cierta hipocresía. En realidad, todo esto no nos pilla por sorpresa. Durante años sospechamos que las Cajas eran una merienda de blancos (todos: directivos presuntamente profesionales, políticos, sindicatos); que buena parte de las faraónicas obras públicas que se realizaban eran inútiles al público y, por tanto, debían de ser útiles a los "privados"; que las enormes cantidades de dinero público que se movían alrededor del sector de la construcción, la energía, las concesiones de canales televisivos o telefonía pasaban por demasiadas manos para que a nadie se les quedara nada en las uñas; que los medios de comunicación iban, uno tras otro, a manos de constructores que, a menudo, no sabían ni leer y que, por tanto, difícilmente podían estar interesados en la comunicación en si (¡a quién le va a extrañar que, cuando ya no hay obras públicas a repartir, empiecen a cerrarse!); que, en suma, la corrupción se estaba convirtiendo en una plaga de termitas que acabaría minando los cimientos de la democracia. ¡Vaya que si lo sabíamos! Tanto, que muchos ciudadanos de a pie (expresión, por cierto, que habría ya que haber cambiado, porque, durante años, hemos llamado así a ciudadanos con dos y tres coches) han sido incluso partícipes de esa corrupción, cobrando o pagando en dinero negro, por ejemplo; o apostando su dinero en operaciones bancarias más que dudosas.

No, no les culpo a ellos. La culpa empieza siempre por arriba. De hecho, es una táctica bien conocida desde, quién sabe si el Neolítico, y perfeccionada por la mafia, la de repartir migajas entre las víctimas para que se sientan cómplices. Y, ante todo, con las manos limpias o medio sucias, la ciudadanía ha sido y es la víctima.

Pero quiero insistir en ello porque tengo la impresión de que el actual agobio de casos de corrupción descubiertos empieza a crear cierto hartazgo parecido al fatalismo. Incluso, me temo que sólo se nos enfoca hacia los casos que más conviene destapar a los propios corruptos. Y contra eso sólo hay una receta: no pasar ni una. No, no todos los políticos han sido ni son corruptos, pero son muchos, seguramente muchísimos, y ninguno debe quedar impune; como ningún empresario que haya conseguido obras corrompiendo a políticos.



Tenemos que exigir la mayor transparencia en el presente y en el pasado. Hay un caso paradigmático que me llama la atención porque, precisamente, me temo que no la está llamando lo suficiente: los Fondos Miner. Desde 1996, Europa ha estado subvencionando esos planes cuyo objetivo era crear alternativas laborales en las poblaciones y comarcas mineras que fueran paulatinamente sustituyendo a las propias minas. Y se han invertido cantidades tan enormes de dinero que, a estas alturas, ya no debería haber un solo ex minero sin un buen trabajo en su pueblo. Obviamente, no ha sido así. Todo lo contrario. Pero el dinero ha existido de verdad y se ha gastado de verdad. ¿Cuánto dinero? ¿En qué se ha gastado? ¿Dónde están las facturas? ¿Qué puestos de trabajo se han creado? Toda esa información básica debiera estar publicada y ser conocida por todos y, sin embargo, nadie ha preguntado nada hasta ahora, cuando Europa y, por ende, el Gobierno, ha recortado el grifo hasta convertirlo en un inútil gotero. Con todo, las preguntas, formuladas por Izquierda Unida en el Congreso, no han tenido respuesta. Comprendo que los directamente interesados -los mineros-, ante el chantaje de las empresas de cerrar si se cierra el grifo, estén más interesados en que el dinero llegue que en saber qué ha pasado con el dinero que ha llegado durante tantos años. Pero el resto de la población, junto a la solidaridad con los mineros, tiene que exigir información y responsabilidades sobre ese dinero.

Lo más alucinante es que el propio ministro de Industria y Energía ha sugerido en más de una ocasión que esas "ingentes cantidades de dinero", que en buena parte se han regalado a los empresarios mineros, se han malgastado fraudulentamente y no han servido para nada. Y bien, ¿qué demonios hace entonces que no inicia una investigación a fondo? Porque ese dinero ha sido gestionado por todas las administraciones, desde la estatal a las municipales, pasando por gobiernos autónomos y diputaciones. Y en todas ellas hay personas concretas que tienen que responder de lo que han hecho, como tienen que responder los beneficiarios, porque, ¿cómo es posible que una humilde y altruista asociación tenga que presentar facturas detalladas, compulsadas y qué sé yo, de cada céntimo que gasta de una subvención, o que se inspeccione al propietario de una tiendina con lupa, y no se haya utilizado todo el rigor con quienes reciben millones del erario público.

Porque hablamos de millones, sí, no se sabe cuántos, pero millones a millares: tantos como costaría subir las pensiones, cubrir buena parte de las prestaciones de desempleo, multiplicar los programas de becas, incrementar el gasto en educación o sanidad, financiar años de investigación, decuplicar la ayuda al desarrollo...

Démonos de una vez cuenta de que el dinero que nos falta no se ha destruido, sino que ha ido a parar a unos cuantos bolsillos: los de muchos que son, no obstante, una mínima minoría respecto a los expoliados. Démonos cuenta de una vez de que recuperar el bienestar económico general es tan sencillo como recuperar el dinero robado o, para ser políticamente correcta, ilegítimamente percibido.



jueves, 23 de mayo de 2013

¡Ya vienen!



Se veía venir. La quiebra del sistema neoliberal sólo podía terminar de dos formas: o con su fin, lo que supondría una reforma profunda del sistema económico capitalista y una refundación democrática, o con su recomposición a la fuerza. Es la guerra, tal como reconoció Goldman Sachs. La sempiterna guerra entre ricos y pobres, y así la están llevando a cabo, con estrategias bien medidas en un tablero de ajedrez, con fríos cálculos del número y nacionalidad de las bajas necesarias, del dinero a invertir y las ganancias a obtener y de quiénes han de ser sus generales en el frente, es decir, los políticos que deben ejecutar sus órdenes, las de quienes gobiernan el mundo en su propio beneficio.

Las víctimas van aumentando y se veía venir un cambio de generales. Allá donde hay mayor número de víctimas y, por tanto, mayor temor de que éstas se revuelvan y les creen algún peligro (Grecia, Italia, Chipre...) ha habido un rápido recambio de presidentes para asegurarse de que se ponen al frente los más duros, es decir, los más afines: la ultraderecha. En los demás países, se prepara el relevo. A España ya le va tocando. Rajoy es demasiado blando para los poderes fácticos, para los dueños de los Mercados y del mundo: no hay más que ver sus plañideras súplicas en Europa, por más que vuelva siempre con la cabeza gacha y la tijera en la mano. Así que hay que buscar a alguien que gobierne sus intereses sin titubeos. Se amaga con Esperanza, con Gallardón (ahora que se ha quitado la careta) y, finalmente, se abre el camino a Aznar

Aznar no sólo es el mejor representante de la ultraderecha en España actualmente, sino que, además, es el mejor lacayo de los Mercados. Fue él, de hecho, quien aprobó la Ley del Suelo que dio lugar a la burbuja inmobiliaria y, con ella, a la crisis de la construcción que se superpone a la crisis financiera en este país. Fue él el mejor representante de la política neoliberal, el aliado fiel. Y es muy propio de la cruel desfachatez de esa gentuza que juega a la ruleta con la humanidad que nos sugieran, para salvarnos de la crisis, poner al frente a quien la creó, del mismo modo que los Mercados y sus Agencias de Calificación siguen dictando a los políticos lo que deben hacer para salvarles en lugar de hacerse el hara-kiri en público, o los banqueros se suben el sueldo con el dinero regalado por los ciudadanos a los que previamente robaron.

Ni siquiera tienen imaginación para diseñar banderas: utilizan la de siempre, los impuestos. Lo malo es que, tras muchos, muchísimos años manipulando la información y la conciencia colectiva, han sembrado bien el camino. Han convencido a la mayoría de que los intereses de sus raptores son los suyos propios y, así, de que los impuestos son malos.

¿Cómo es posible que no nos demos cuenta de que son los impuestos los únicos que pueden acabar con la crisis? Es el único arma para sacar de los bolsillos de los ladrones el dinero que nos han robado. Porque el dinero no ha desaparecido, sólo ha cambiado de manos, a las manos de grandes empresarios trileros.

Es la guerra, sí, ellos mismos lo dicen. Unos políticos honestos, realmente democráticos, deberían utilizar armas de guerra y en las pasadas guerras los impuestos llegaron a ser hasta de un 90 por ciento para las rentas más altas. El argumento de que si los ricos tienen que pagar muchos impuestos se irán a crear empleo a otra parte es una estupidez, dado que ya lo están haciendo: crean empleo en los países tercermundistas en los que pueden explotar la miseria humana y lo destruyen cada día aquí. El de que no se puede hacer nada mientras haya paraísos fiscales, tampoco sirve: condénese con una buena ración de cárcel, sin posibilidad de amnistías, a quienes se pille, y ya se lo pensarán dos veces. Y, mientras tanto, que todos ésos que, además de haber creado la crisis por su avaricia sin límites, condenan a millones de personas de las clases bajas y medias al hambre o la desesperación mientras siguen aumentando sus fortunas, incluso con dinero público, devuelvan vía impuestos el dinero robado al pueblo.

"Sin impuestos no hay paraíso", iba a titular José Luis Estrada su próximo libro. Pues eso.


jueves, 2 de mayo de 2013

El enemigo



Ya vamos para cinco años desde que comenzó oficialmente la crisis, con la quiebra del banco de inversiones Lehman Brothers, tras la que descubrimos que estamos gobernados por los Mercados financieros y éstos están gobernados por delincuentes. Los propios Mercados ofrecieron la solución a la catástrofe que ellos crearon y, así, ordenaron a todos los gobiernos gastar cientos de miles de millones de dólares y de euros de los ciudadanos para salvar a los bancos que engañaron a esos ciudadanos y a los que hoy dejan en la calle sin pudor; hacer después lo mismo con las principales empresas, para que pudieran seguir ganando cantidades ingentes de dinero que repartir entre sus altos e incompetentes directivos; dar a los bancos centrales crédito ilimitado; impedir la regulación del mercado de divisas y, sobre todo, ni pensar en aumentar los impuestos a los más ricos sino, por el contrario, rebajar los impuestos de sociedades de las grandes empresas. Todo eso o… ¡el fuego del infierno! Un poco lo que hizo Berlusconi por sí mismo: si cometo delitos, sólo tengo que ponerme al frente del Gobierno y cambiar las leyes, no sólo para que mis delitos queden impunes sino para que pueda seguir cometiéndolos.
Lo peor es que esta gente, la que nos ha empujado al agujero, además de avariciosos, tramposos y desalmados, son unos auténticos incompetentes. Utilizando una jerga incomprensible tras la que se parapetan y confunden a la gente, no hacen sino equivocarse una y otra vez. Compran a figuras de prestigio y esgrimen sus títulos universitarios de las Escuelas de Negocios para lanzarnos órdenes supuestamente irrefutables e, inmediatamente después, las órdenes contrarias, también irrefutables. Ora resulta que el endeudamiento es el motor de la economía, ora resulta el peor de los males; ora hay que subir los tipos de interés, ora bajarlos… Sólo son fieles a sí mismos cuando exigen que se abaraten los despidos, se recorten los salarios, aumenten los impuestos indirectos, se supriman prestaciones sociales o se suban ellos sus millonarios sueldos.                                                                                                       ¿Y qué han hecho los ciudadanos? Cambiar los gobiernos de derechas por los de izquierdas y los de izquierdas por los de derechas. ¿Y qué han hecho unos y otros gobiernos? Someterse dócilmente a las órdenes de sus jefes, que no son, como en democracia debiera, los ciudadanos que los eligen, sino ese puñado de ricachones que maneja los Mercados y las agencias de calificación (que es como decir a los ladrones y a los policías a la vez) y que están dispuestos a seguir haciéndolo eternamente a mayor gloria de sus cuentas corrientes y pese a quien pese, incluyendo millones de nuevos mendigos en los países ricos y millones de nuevos cadáveres en los pobres.
Sí, los políticos que así actúan son despreciables porque traicionan su propia razón de ser. Pero no olvidemos que el gran enemigo no son ellos que, aún con todas sus corruptelas, no obtienen sino las migajas del verdadero festín, el que se dan los miembros de la Lista Forbes. De hecho, algunos políticos lo intentaron en un principio: recordemos las declaraciones de Obama y algunos líderes europeos hablando de una reforma financiera profunda, de la supresión de paraísos fiscales… No todos han terminado por corromperse; muchos, sencillamente, se han rendido.  No defiendo a los políticos. Defiendo la política y, sobre todo, creo preciso recordar que el enemigo es quien les maneja: el corruptor, antes que el corrompido. Y, sí, es más fácil hacer escraches a la puerta de un político que a la de un banquero pero, precisamente, porque el político es el escudo tras el que se parapeta el poderoso; es el que, en definitiva, da la cara. Es más difícil, desde luego, pero son las puertas blindadas de los que verdaderamente tienen el poder las que hay que abatir, y son precisamente ellos –estoy convencida- los que alientan las campañas contra los políticos, los que dirigen nuestra ira contra sus vasallos, quedando ellos mismos a cubierto.
De hecho, ya van atreviéndose incluso a prescindir de los políticos como intermediarios de sus intereses y a ejercerlos ellos directamente, poniendo a sus directivos al frente de gobiernos; es decir, prescindiendo de la política y, por ende, de la democracia, porque es la democracia su principal estorbo y debe ser el principal objetivo ciudadano, una democracia real que garantice la libertad individual y la igualdad social.

martes, 16 de abril de 2013

Aún


AHORA QUE NO SOY, SÓLO TENGO UN MOTIVO PARA ESTAR.
PENDO DE ÉL
COMO DE UN HILO DE NUBE.
¡MENOS MAL, AMOR MÍO, QUE AÚN ESTÁS AQUÍ!

YA NO ME PREGUNTO DE QUÉ LADO:
NO HAY GEOGRAFÍA EN LA MUERTE
NI EN LA VIDA.

PERO SÉ QUE DETIENES LA PRIMAVERA Y ME LA ENTREGAS.
TÚ DAS FORMA A LAS NUBES
Y HACES CANTAR A LOS PÁJAROS
NOCTURNOS.
ECHAS SOBRE MÍ
UNA BANDADA DE GARZAS
Y MUEVES LAS HOJAS
A MI PASO
Y FORMAS REGUEROS A MIS PIES.
TÚ PONES LA MÚSICA,
CREAS MURMULLOS Y SOMBRAS,
ME DAS LAS BUENAS NOTICIAS.



ME RECUERDAS LO QUE IMPORTA.
Y VENDAS MI CORAZÓN
CADA MAÑANA.


miércoles, 20 de marzo de 2013

El Papa Francisco... Javier



Dueño del mayor tesoro en oro del mundo, el mayor propietario de tierras e inmuebles, con un millón de empleados en los sectores de salud, educación y religión; propietario de títulos públicos de diversos estados, entre ellos Estados Unidos, beneficiario de millonarias donaciones, dueño de un importante banco (el Instituto para las Obras de Religión, cuya historia, por cierto, está salpicada de oscuros sucesos, como el suicidio de su director, Calvi, sospechas de fraudes y negocios sucios, etcétera) y dueño o accionista de decenas de bancos y grandes empresas inmobiliarias, del sector plástico, electrónicas, acero, cemento, textiles, química, alimentos, construcción, gas, automoción, agua, etcétera, no creo que nadie crea que la elección del presidente de semejante multinacional, que goza, además, de condiciones especiales o preferentes en múltiples campos por su condición religiosa, sea una elección hecha por 120 personas particulares, que no representan a ningún interés que no sea el religioso y, en definitiva, desvinculada del resto de poderes fácticos del planeta. No obstante, observo bastante desconcierto entre los analistas, lo cual no es de extrañar tratándose de una corporación tan opaca como la Iglesia Católica, pero también por la propia opacidad de los medios de comunicación, cada vez -creo yo- más superficiales y, por ende, manipulados y manipulables. Así, todos los análisis que he leído, incluidos los de prestigiosos teólogos de la liberación, han optado por un optimismo que sólo se sustenta en signos y han centrado su esperanza en el nombre que el nuevo Papa ha elegido, Francisco, el del personaje, sin duda, más unánimemente apreciado de todos los santos católicos, san Francisco de Asís. El propio Papa parece identificarse con el personaje en sus maneras austeras y su talante humilde.

Yo, sin embargo, no dejo de sorprenderme de que se le esté dando tanta importancia al nombre del nuevo Papa y tan poca al del nuevo presidente de la banca vaticana, Ernst von Freyberg, del que sólo sabemos que es presidente de unos importantes astilleros. Y, sobre todo, me sorprende que nadie haya dado mayor importancia al hecho de que el nuevo Papa, por muy Francisco que sea, no es franciscano, sino jesuita.

José Luis Estrada trabajaba hace un año en un nuevo libro sobre "el mundo feliz", en el sentido de Aldous Huxley, que preparan las grandes corporaciones como nuevo modelo político que sustituya al actual, en una nueva vuelta de tuerca neoliberal. Ese modelo político, que tiene su campo de pruebas en Singapur, supone la toma del poder directamente por los poderes financieros que, tras una denodada campaña de desprestigio de los políticos, dejan de comprarlos o utilizarlos para nombrarlos directamente. Bajo la premisa de que "todos los políticos son iguales" o "todos los políticos son corruptos", se nombra a tecnócratas cuyo apoyo es la ultraderecha. Un reciente artículo de Vicenç Navarro analiza cómo esta situación se dio ya en la anterior Gran Depresión, que derivó a soluciones "apolíticas" de carácter autoritario y tecnocrático: el nazismo alemán y el fascismo europeo. Italia, Grecia y Hungría son hoy tres ejemplos de esta nueva deriva.
Pues bien, en ese contexto, Estrada vaticinaba que, en lo que respecta a la Iglesia Católica, asumirían el poder los jesuitas. Obviamente, no se equivocó.

¿Y por qué los jesuitas? Pues hay que indagar en su historia. Y lo primero que llama la atención es que también su fundador, Ignacio de Loyola, era un hombre eminentemente austero y sencillo y, al principio, se creyó que él y sus jóvenes amigos estaban renovando el ejemplo de Asís. Nada más lejos. Ignacio se mezclaba con la gente para aproximarla a Dios, no mediante el amor, sino la lógica. Fue, en palabras de Jhon Ralston Saul, el primer tecnócrata racionalista.

El fundador de la Compañía de Jesús la organizó como un ejército religioso, con un enfoque frío y profesional. "La doctrina -afirma Ralston Saul en Los bastardos de Voltaire- se reducía a una herramienta útil. El papel de Dios pasaba a ser secundario respecto a los intereses de la Iglesia. Las guerras religiosas descendieron gradualmente de nivel del fanatismo emocional al práctico de los intereses políticos. Práctico significaba negociable". Con un éxito inmediato, llegaron a dirigir la mayor parte de los gobiernos europeos y las colonias tras las bambalinas, hasta que el Papa llegó a temerles y la Compañía fue desmantelada en 1723. Sin embargo, remontaron y crearon una élite culta dentro de la población laica. Loyola fue el primero en valorar la fuerza de las palabras y ponerlas al servicio de la Iglesia, como hoy hacen los tecnócratas; para él como para los políticos o empresarios de hoy, palabras como imparcialidad, racionalización o eficiencia, que tanto se usan para justificar recortes y despidos, reemplazan eficazmente al librepensamiento.

Loyola, como los inquisidores o Maquiavelo, estaban consagrados al poder y a la administración, con ideas que nada tenían que ver con la ética, utilizando la intriga, el anonimato, la discreción pública y el poder ejercido en la sombra. Su cinismo, ambición, interferencia política e inteligencia amoral son, justamente, lo que hoy definiría a un MBA (Master of Business Administration), ésos que José Luis Estrada señaló como "el corazón de la bestia que ocultan los Mercados".
Así pues, la sencillez del atuendo y las formas del nuevo Papa, tanto como su silenciosa convivencia con una de las dictaduras más brutales que hayan existido en Argentina, cuadran muy bien con el nombre elegido por este Papa Negro (nombre que se da al superior de la Compañía de Jesús), pero yo más bien creo que se trata de Francisco Javier, el cofundador de los jesuítas, y su designación más me parece obra del Banco Central que del Espíritu Santo.




martes, 5 de marzo de 2013

El agua de la muerte



Vivimos al pie de la presa. Pintamos el muro para no recordar
que sólo es un muro
entre la vida y la muerte.
Vivimos al pie de la presa.

Y nos acostumbramos.



Pero el muro cayó mientras dormíamos. Llegó la inundación
y entró, helada, en las camas.
Colmó las casas, 
ocupó el aire.

Y ahora estoy aún acostumbrándome a vivir
bajo el agua.



sábado, 16 de febrero de 2013

El duelo


El duelo tiene tiempo y tiene tiempos, 
dicen. Y hasta página oficial.
Negación, ira, pacto, depresión...
Tiene dos caras, como el dios Jano,
lo que fue y se fué, lo que ha de ser.
El duelo se acaba y se acaba el dolor.
Un año, dos... A la de tres
el alma deja de arder
y sólo duelen la rodilla, las muelas
o la espalda. De espalda al dolor
queda el tiempo inerte que pasa
y han pasado
trescientos treinta y siete días
y estos minutos que se escapan.

Busco en los libros dónde ubicar
mi herida, reviso las etapas
y no me hallo. Nada leo de
luces que en el agua se apagan,
el grito de un cuervo en la noche,
la aguja en el ojo, el pie descalzo
en el charco helado, ruido de remos
en un mar vacío.

¡Cuánto hace que faltas
y cuánta falta me haces!


No han osado los textos 
desmenuzar el dolor de la madre
ante el hijo que muere de hambre,
la niña violada, el avión que cae,
el torturado, el solitario mendigo.
No se atrevan tampoco quienes
no han visitado mi corazón ni el suyo
a servir en platos de plástico 
mi dolor de recuerdos sin testigos,
de palabras impronunciables y el sonido
imposible de escuchar, 
del miembro amputado estando sano,
la vida sin vivir, el tiempo a destiempo,
del cuerpo amado yerto entre mis brazos y las
caricias que ya jamás tendré.

¡Psicólogos del mundo,
rendíos!






viernes, 25 de enero de 2013

¿Fiesta de calzoncillos rosas?



Hace tiempo que, cuando veo las ofertas laborales, dentro incluso de mi profesión, no tengo ni idea de lo que se ofrece o, mejor dicho, de lo que se pide. Social manager, community manager, social media, strategist freelance... El problema no es que los nombres estén en inglés, es que no sé de qué van aún traduciéndolo. Fuera del periodismo, el mundo laboral también se ha invadido de nuevos anglicismos: coaching, think tank, networking... y ahora Pink Slip Party, un evento que acaba de celebrarse en Villaquilambre (y con gran éxito), por primera vez en León, aunque he visto que están funcionando en otros lugares como Zaragoza, Valladolid o Gijón. El nombre viene de la hoja rosa con la que, en Estados Unidos, una empresa comunica a un trabajador su despido, y se trata de gente sin trabajo o autoempleados que organizan reuniones con empresas, sobre todo de recursos humanos, para ponerse en contacto unos con otros y encontrar, o bien trabajo, o bien ideas y consejos de negocios.
No hay nada nuevo bajo el sol... ¿o sí?
En nuestro último viaje a La India, hace casi cuatro años, cuando la crisis sólo se olfateaba, José Luis Estrada me dijo: "Mira, esto es lo que nos espera en adelante, hacer lo que aquí hace la gente; salir por la mañana con su bolsita de plástico en la mano, recorrer calles, caminos o carreteras, y esperar poder llegar a casa por la noche con la bolsa llena". En suma, buscarse la vida.
Y así es. La crisis económica deja cada día en la calle a más y más personas que, además, no pueden esperar ayuda del Estado ni cobijo en ninguna empresa. ¿Qué tienen que hacer? Salir a la calle con su bolsina y buscarse la vida: hablar con unos y otros, ofrecerse para uno u otro trabajo, hacer ésta o aquella chapuza, pensar, atropar de aquí y de allá...
Por lo que vi, un Pink Slip Party obedece a esa misma filosofía, pero de un modo acorde al tiempo y lugar en el que vivimos. No me gustan las arengas sobre los múltiples beneficios de la crisis: es un tiempo de oportunidades, de estimular nuestra imaginación, de realizarnos de verdad a nosotros mismos, de cambiar de vida, de erradicar nuestros malos hábitos, de ser menos consumistas... como si, al final, tuviéramos que dar las gracias a los banqueros y directivos que inventaron la economía especulativa y se jugaron a la ruleta (pero una ruleta trucada con la que ellos siempre ganan) el bienestar de unos y la vida de otros. No me gustan y, sin embargo, sí pienso que, sin olvidar las causas de la crisis y a sus causantes, sin dejar de protestar y de combatir contra un sistema económico radicalmente injusto, hay también que adaptarse. Porque, entre manifestación y manifestación, todos tenemos que comer.Y ese proceso de adaptación, desde luego, puede hacernos mejores personas y, por qué no, más felices (el propio José Luis fue un ejemplo).
Hay ya muchas muestras de ello, especialmente las asociaciones de ayuda y de autoayuda: Stop Desahucios por supuesto, pero también los Bancos de Tiempo en los que uno enseña inglés o cocina a otro y, a cambio, éste le arregla el ordenador o le ayuda con un trámite, y los muchos voluntarios que van surgiendo por todas partes para echar una mano a los demás en muy diferentes formas.
También son una muestra reconfortante de la capacidad y necesidad de adaptación las mil y una maneras que los jóvenes van encontrando de crear nuevas empresas con sólo un ordenador entre manos, la proliferación de tiendas de segunda mano, mercadillos, redes de personas para regalarse o prestarse cosas, intercambios de casas en vacaciones o de pisos o de lo que sea.
No me cabe duda de que es el buen camino. Y la gente que promovió el Pink Slip Party en Villaquilambre está en él. Es lo mismo, sí, pero es otra cosa. Del mismo modo que la vuelta a la horticultura ecológica, a los huertos sociales o los minihuertos en las azoteas y las ferias y mercados agrícolas no son la vuelta a la economía de subsistencia medieval o al trabajo en el campo de nuestros abuelos. No es el regreso de la ciudad al campo, sino el campo que viene a la ciudad.
En definitiva, se llame como se llame y en el idioma que sea, admiro muchísimo a estas personas que están reinventando el mundo laboral y social y mostrando el ingenio y la generosidad con la que puede la sociedad adaptarse a los cambios económicos; es más, creo que están, poco a poco, cambiando el modelo económico... y buscándose la vida.
Leí el domingo un artículo en el que, de forma inmisericorde, el autor se burlaba de ellos. ¿No será, estimado colega, que nos hacemos viejos y nos cuesta entender, no será que a muchos de nuestra generación se nos ha quedado dormido el culo de tanto tenerlo en la misma silla porque, si la perdemos, no confiamos en ser capaces, como estos jóvenes, de adaptarnos a caminar, por calles, caminos y carreteras, con la bolsa en la mano?




domingo, 20 de enero de 2013

54 años que no cumplirá



Nació el 20 de enero. ¡Qué frío debía hacer ese día en Truchas! Se hizo rápido a él, porque siempre le gustó el frío o, mejor dicho, lo necesitaba, dado que él era una estufa; su piel olía a panecillo recién horneado, y las niñas y yo (sobre todo, yo) siempre recurrimos a él a modo de calentador: "papá, caliéntame las manos... o los pies..."; "venga, acuchárate", me decía cada noche cuando me metía en la cama, casi siempre aterida.
A los tres años era bajito y muchos creyeron que podría ser enano pero, contradiciendo el patrón típico cabreirés, no dejó de crecer hasta superar el metro ochenta. Era un niño pacífico, que adoraba salir al monte con su padre y buscar sombras y rincones en los que echarse una siesta. Aprendió a nadar en una poza y, ya en el Valle de las Casas, se convirtió en un alumno adelantado de la escuela, que daba clase a algunos compañeros mayores que él, y en ferviente lector de tebeos y del único libro que había en su casa, "Robinson Crusoe", con quien se sintió rápidamente identificado.

Con nueve años, un reclutador de los dominicos se lo llevó a un internado en Almagro, donde por un absurdo error le colocaron en la clase de los mayores y por una aún más absurda desidia a la hora de enmendar el error, le mantuvieron allí. Así que tuvo que fingir que era mayor y esconderse de sus compañeros para jugar. Por emularles, empezó a fumar siendo un crío.
Superada esa etapa, consiguió una beca para ir a la Universidad. Estudió Periodismo, mientras trabajaba de albañil y barquero en Sanabria por el verano, de vendedor de enciclopedias y limpiador de un laboratorio en Madrid durante el curso, pero le costó elegir la carrera. Él, en realidad, quería ser farero, porque adoraba el mar, o guarda forestal, como su padre, y encaramarse a una torre para que los árboles no le impidieran ver el bosque. Soledad, naturaleza y perspectiva.

A José Luis le gustaban los mapas. En medio del bosque o del hormigón, siempre encontraba el norte, siempre sabía dónde iba. Y dudaba de todo, excepto del camino. El camino era la verdad. Nunca aprendió a mentir y ni queriendo consiguió decir una mentirijilla.
Fue leal incluso a los "malos"; él, que era tan íntegro que no quería tener hijos para evitar el riesgo de corromperse, porque ¡quién no pediría un favor a quien fuere por ayudar a un hijo enfermo o en graves apuros! Y, sin embargo, el día que vio por primera vez a su hija, se pasó una semana llorando de emoción y, años después, ella sólo tenía que recordarle ese momento para provocar que sus ojos se llenaran de lágrimas; lo cual, claro está, a la niña le daba muchísima risa. Llevó mal la adolescencia de su adorada primogénita, que compensaba la dulzura de su no menos adorada segunda hija, a quien decidió adoptar el día que oyó en la radio la noticia de una niña hindú a la que su padre había cambiado por un burro.


Además de en el espacio, se orientaba en el tiempo. ¡Cómo pudo soportar a una pareja que se pierde constantemente en ambas dimensiones! Quizá porque jamás pidió a los demás lo que se exigía a sí mismo. Quizá porque se daba cuenta de que le necesitaba para estar en un mundo dominado por el lugar y la hora. Él era un guía. No sólo para mí. Cuando murió, su madre dijo: "Me he quedado huérfana". Porque era un padre hasta para sus propios padres. José Luis era el que arreglaba los desperfectos de la vida, el que apaciguaba y unía, el hombre al que recurrir. Y lo era con tal humildad que cuando algunos de sus más importantes trabajos periodísticos eran censurados no salía al ruedo a presentarse como una víctima de la libertad de expresión buscando el aplauso, sino que, sencillamente, pasaba sus trabajos a otros periodistas o a las anónimas agencias, para que, consciente de que era importante que fueran conocidos, se divulgaran sin su firma.
Ese era su trabajo, periodista, pero a menudo recordaba el principio de Peter según el cual cuando alguien hace bien su trabajo es ascendido a otro que no sabe hacer, hasta llegar a su nivel máximo de incompetencia. Él no quiso nunca ser director, entre otras cosas porque, decía, "en cuanto te nombran director, para tus compañeros pasas a ser un cabrón", y aunque siempre me pareció un director excelente, no iba con su carácter riguroso, humilde y solitario. Detestaba las comidas de trabajo porque de ellas jamás salía una idea o una conversación que no fuera sobre fútbol; y detestaba la vida social, más allá de la familia y los verdaderos amigos, por superficial y porque, decía, restaba tiempo para pensar.
Sólo rompió su discreción para ponerse en huelga de hambre contra el hambre, secundando al presidente de la Unesco, en un gesto que le costó mucho tomar pero que fue de lo que más orgulloso se sentía tras tantos años de profesión.

José Luis era un hombre de pocas palabras, pero era un hombre de palabra, y cada una que pronunciaba salía directamente del corazón. Nunca decía "lo siento" sin sentirlo profundamente, ni un mero "qué tal" sin que le importara realmente qué tal estaba esa persona.
Era un visionario. No conseguí que distinguiera entre La Traviata y Madame Butterfly, pero si oía una canción de un grupo desconocido y decía "ese grupo se hará famoso", así sucedía. No había campo en el que no supiera distinguir el grano de la paja. Vi cómo se cumplían sus predicciones, a veces tan insólitas como el libro electrónico, el uso del karaoke para el aprendizaje de los idiomas o el de los olores en negocios y campañas políticas. Y cualquiera que consulte la hemeroteca de Diario 16 Burgos comprobará que predijo, con muchos años de antelación, primero el estallido de la burbuja inmobiliaria y, después, la gravísima crisis económica que desencadenaría el nuevo capitalismo especulativo.
Así que podría haber tenido éxito en muchos campos, entre ellos el mundo de los negocios, si alguna vez le hubiera interesado el dinero, o como cazatalentos, o como "nariz", porque su olfato era también físico.
Sí, le gustaban los olores, sobre todo el de la lavanda.

Y le gustaban las meriendas en el campo, hacer casetas con ramas, hacerme prendedores con hojas y flores... Y le gustaba encender el fuego de la chimenea, sentarse en la calle a mirar cómo la vida fluye, ver películas de acción (la vida le parecía una serie B), estar en espacios abiertos y silenciosos, el sonido del agua, pasear con el perro, leer periódicos (mientras más, mejor) tomando un café, viajar, caminar descalzo, descubrir, aprender, tomarse los reveses con humor y darles rápidamente carpetazo, escuchar a Mike Oldfield (pero también a Adolfo Celdrán, Pretenders, Dire Strait, Sabina o El Último de la Fila... así de heterogéneo todo). Le gustaban las fresas silvestres, tumbarse en la tierra, ver los regueros que forma la lluvia, hacer caminos al mar en la arena, ver amanecer, cumplir los sueños de los demás, el color verde, el Albariño, los cerezos, el Bolero de Algodre, los puertos, los manantiales...

Le gustaba el agua, sobre todo el agua. Cruzar a nado el lago de Sanabria, sumergirse, beber de todas las fuentes...
No viajamos a ningún lugar en el que no terminara lloviendo, fuese cual fuese la época del año; inventó para la primera campaña de Civiqus el lema "La ciudad del agua" y la lluvia no dio tregua en todos los actos. Él llevaba el agua consigo, el agua de la vida, y cuando su cuerpo entró en el fuego estalló una tormenta, tras una larga sequía, y llovió. ¡Cómo iba a extrañarme, amor mío, que el día de tu primer cumpleaños sin ti se anuncie una ciclogénesis! He aquí mi regalo, escuchando la lluvia en los cristales: una sonrisa para quien no dejó un sólo día de su vida de sonreír.