miércoles, 20 de marzo de 2013

El Papa Francisco... Javier



Dueño del mayor tesoro en oro del mundo, el mayor propietario de tierras e inmuebles, con un millón de empleados en los sectores de salud, educación y religión; propietario de títulos públicos de diversos estados, entre ellos Estados Unidos, beneficiario de millonarias donaciones, dueño de un importante banco (el Instituto para las Obras de Religión, cuya historia, por cierto, está salpicada de oscuros sucesos, como el suicidio de su director, Calvi, sospechas de fraudes y negocios sucios, etcétera) y dueño o accionista de decenas de bancos y grandes empresas inmobiliarias, del sector plástico, electrónicas, acero, cemento, textiles, química, alimentos, construcción, gas, automoción, agua, etcétera, no creo que nadie crea que la elección del presidente de semejante multinacional, que goza, además, de condiciones especiales o preferentes en múltiples campos por su condición religiosa, sea una elección hecha por 120 personas particulares, que no representan a ningún interés que no sea el religioso y, en definitiva, desvinculada del resto de poderes fácticos del planeta. No obstante, observo bastante desconcierto entre los analistas, lo cual no es de extrañar tratándose de una corporación tan opaca como la Iglesia Católica, pero también por la propia opacidad de los medios de comunicación, cada vez -creo yo- más superficiales y, por ende, manipulados y manipulables. Así, todos los análisis que he leído, incluidos los de prestigiosos teólogos de la liberación, han optado por un optimismo que sólo se sustenta en signos y han centrado su esperanza en el nombre que el nuevo Papa ha elegido, Francisco, el del personaje, sin duda, más unánimemente apreciado de todos los santos católicos, san Francisco de Asís. El propio Papa parece identificarse con el personaje en sus maneras austeras y su talante humilde.

Yo, sin embargo, no dejo de sorprenderme de que se le esté dando tanta importancia al nombre del nuevo Papa y tan poca al del nuevo presidente de la banca vaticana, Ernst von Freyberg, del que sólo sabemos que es presidente de unos importantes astilleros. Y, sobre todo, me sorprende que nadie haya dado mayor importancia al hecho de que el nuevo Papa, por muy Francisco que sea, no es franciscano, sino jesuita.

José Luis Estrada trabajaba hace un año en un nuevo libro sobre "el mundo feliz", en el sentido de Aldous Huxley, que preparan las grandes corporaciones como nuevo modelo político que sustituya al actual, en una nueva vuelta de tuerca neoliberal. Ese modelo político, que tiene su campo de pruebas en Singapur, supone la toma del poder directamente por los poderes financieros que, tras una denodada campaña de desprestigio de los políticos, dejan de comprarlos o utilizarlos para nombrarlos directamente. Bajo la premisa de que "todos los políticos son iguales" o "todos los políticos son corruptos", se nombra a tecnócratas cuyo apoyo es la ultraderecha. Un reciente artículo de Vicenç Navarro analiza cómo esta situación se dio ya en la anterior Gran Depresión, que derivó a soluciones "apolíticas" de carácter autoritario y tecnocrático: el nazismo alemán y el fascismo europeo. Italia, Grecia y Hungría son hoy tres ejemplos de esta nueva deriva.
Pues bien, en ese contexto, Estrada vaticinaba que, en lo que respecta a la Iglesia Católica, asumirían el poder los jesuitas. Obviamente, no se equivocó.

¿Y por qué los jesuitas? Pues hay que indagar en su historia. Y lo primero que llama la atención es que también su fundador, Ignacio de Loyola, era un hombre eminentemente austero y sencillo y, al principio, se creyó que él y sus jóvenes amigos estaban renovando el ejemplo de Asís. Nada más lejos. Ignacio se mezclaba con la gente para aproximarla a Dios, no mediante el amor, sino la lógica. Fue, en palabras de Jhon Ralston Saul, el primer tecnócrata racionalista.

El fundador de la Compañía de Jesús la organizó como un ejército religioso, con un enfoque frío y profesional. "La doctrina -afirma Ralston Saul en Los bastardos de Voltaire- se reducía a una herramienta útil. El papel de Dios pasaba a ser secundario respecto a los intereses de la Iglesia. Las guerras religiosas descendieron gradualmente de nivel del fanatismo emocional al práctico de los intereses políticos. Práctico significaba negociable". Con un éxito inmediato, llegaron a dirigir la mayor parte de los gobiernos europeos y las colonias tras las bambalinas, hasta que el Papa llegó a temerles y la Compañía fue desmantelada en 1723. Sin embargo, remontaron y crearon una élite culta dentro de la población laica. Loyola fue el primero en valorar la fuerza de las palabras y ponerlas al servicio de la Iglesia, como hoy hacen los tecnócratas; para él como para los políticos o empresarios de hoy, palabras como imparcialidad, racionalización o eficiencia, que tanto se usan para justificar recortes y despidos, reemplazan eficazmente al librepensamiento.

Loyola, como los inquisidores o Maquiavelo, estaban consagrados al poder y a la administración, con ideas que nada tenían que ver con la ética, utilizando la intriga, el anonimato, la discreción pública y el poder ejercido en la sombra. Su cinismo, ambición, interferencia política e inteligencia amoral son, justamente, lo que hoy definiría a un MBA (Master of Business Administration), ésos que José Luis Estrada señaló como "el corazón de la bestia que ocultan los Mercados".
Así pues, la sencillez del atuendo y las formas del nuevo Papa, tanto como su silenciosa convivencia con una de las dictaduras más brutales que hayan existido en Argentina, cuadran muy bien con el nombre elegido por este Papa Negro (nombre que se da al superior de la Compañía de Jesús), pero yo más bien creo que se trata de Francisco Javier, el cofundador de los jesuítas, y su designación más me parece obra del Banco Central que del Espíritu Santo.




martes, 5 de marzo de 2013

El agua de la muerte



Vivimos al pie de la presa. Pintamos el muro para no recordar
que sólo es un muro
entre la vida y la muerte.
Vivimos al pie de la presa.

Y nos acostumbramos.



Pero el muro cayó mientras dormíamos. Llegó la inundación
y entró, helada, en las camas.
Colmó las casas, 
ocupó el aire.

Y ahora estoy aún acostumbrándome a vivir
bajo el agua.