viernes, 30 de septiembre de 2016

El guardián del queso




No es Felipe González ni su discípula Susana. Son quiénes realmente mandan aquí (y acullá), los banqueros y corporaciones, los que quieren y necesitan que gobierne Rajoy. Felipe hace tiempo que trabaja para ellos y ahora les presta un nuevo servicio que, por cierto, será crucial, pues se trata de una de esas jugadas en las que siempre ganas (¡qué gran tramposo es este hombre, como ampliamente ha venido demostrando desde el referendum para entrar en la OTAN!), pues si gana, el PSOE pactará con el PP, y si no gana, el PSOE será barrido en las próximas Elecciones facilitando de todos modos al PP su ansiada mayoría absoluta. A él tanto le da, pues, como Dorian Grey, justificar su presente implica olvidar su pasado y, por tanto, destruir su retrato o, lo que es lo mismo, su partido.
La izquierda, en mi generación, está marcada por las ilusiones que gritamos y las decepciones que callamos: fuimos entusiastas bolcheviques o guardias rojos, activistas del movimiento obrero, intelectuales comprometidos con la dialéctica... y aún nos cuesta aceptar el estrepitoso fracaso del comunismo, la funcionarización de los sindicatos o el apoltronamiento en las pervertidas cátedras de algunas de las mentes más preclaras. Así les cuesta a algunos aceptar que, aunque jugara un papel importantísimo en su momento, Felipe González fue quien introdujo en la democracia española la financiación ilegal de los partidos políticos, el terrorismo de Estado y la corrupción, en un periplo que no podía sino terminar como multimillonario consejero de Gas Natural Fenosa y asesor de empresarios como Carlos Slim o Farshad Zandi. Sirvió y sirve al corporativismo con creciente descaro, aunque también -el tiempo no pasa en balde- cierta torpeza.
Hace años que espero, como inevitable, la desaparición del PSOE, tras dejar pasar de largo el momento de una imprescindible refundación, pero me resulta esperpéntico que sea Felipe González el llamado a darle la puntilla. En su carrera política, tan llena de paradojas, este hombre, que fue encarnación de la joven democracia española, me recuerda al griego Pisístrato. Después de que Solón inventara la democracia, este ateniense creó su facción entre los montañeses (diacrii), la gente más pobre, a quienes representó y protegió favoreciendo un reparto más equitativo de la riqueza, facilitando su ascenso a la clase media y poniendo coto a los abusos de poder de la aristocracia, pero también fue el primer tirano, palabra que, por cierto, parece que literalmente significa "el guardián del queso".