lunes, 23 de abril de 2018

El poder de un libro o el libro, al poder




Inventar la escritura nos abrió la puerta a la Historia y la Historia se ha escrito con libros: "La Biblia", "El Manifiesto Comunista", "El origen de las especies" y tantos otros han escrito o subrayado el rumbo de nuestra especie. Otros libros podrían haberla cambiado, como el famoso manuscrito -cuya historia es más fantástica que cualquier novela, igual que el protagonista- de Arquímedes (http://www.bbc.com/mundo/noticias-42183913). Y, por supuesto, millones de vidas particulares han cambiado tras la lectura de un libro. Todos los lectores, de hecho, hemos experimentado un cambio, siquiera temporal, tras la lectura de cada libro; lo ha demostrado un estudio de la Universidad de Ohio (https://www.muyinteresante.es/salud/articulo/leer-un-libro-puede-cambiar-nuestra-realidad), pero muchos han abierto sus mentes a posibilidades intelectuales o vitales que han modificado su destino, fuera ese libro de autoayuda, de ficción o un ensayo; leído en un pergamino, en un libro, una pantalla o meramente escuchado.

Como personal contribución a este Día del Libro quiero contar la historia de un libro que pudo también cambiar algunas cosas, quién sabe si el presente de este país. La anécdota se refiere a José Luis Estrada quien, siendo director del El Mundo-La Crónica de León, tuvo un encuentro con el entonces presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero a quien, como leonés, le conocía desde hacía años. La breve conversación fue, pues, en un tono coloquial. Por entonces, José Luis llevaba años alertando, desde las páginas de Diario 16 Burgos, del estallido de las burbujas financiera e inmobiliaria. Pero, obviamente, su voz tenía un alcance muy limitado, y Zapatero había terminado su primera legislatura con éxitos sociales que creo indudables (la ley de dependencia que mejoró la vida de miles de familias azotadas por el infortunio, el matrimonio entre homosexuales que marcó un antes y un después en la mentalidad de los españoles, las ayudas por nacimiento o adopción para madres trabajadoras, el fin del terrorismo de ETA, el vuelco en la vida de los ancianos con el IMSERSO, la ampliación de la ley del aborto...) y se adentraba en una segunda legislatura desastrosa en la que pronto estallaría la Gran Crisis, de la que el presidente demostró no saber nada de nada y que le hizo perder las Elecciones, dejando al país en manos de la derecha en los años en los que más necesitaba (y necesita) un Gobierno que prime la política social sobre cualquier otra. Zapatero cometió otros errores (sobre todo y ante todo, rodearse de un club de fans incapaces -por ignorancia o por interés- de hacer bien su trabajo), pero creo que es unánime que echó a perder su futuro político, el de su partido y, quizá, el del país, el día que negó la existencia de una crisis económica que ya se extendía desde Estados Unidos como un huracán, arrasando el Estado del Bienestar y amenazando seriamente la democracia.


Pues bien, quizá las cosas hubieran sido diferentes si Zapatero hubiera leído un libro: el que José Luis Estrada le regaló en esa ocasión con la recomendación, insistente y perentoria, de que lo leyera lo antes posible. Era un libro de John Ralston Saul, probablemente el intelectual más lúcido de cuantos existen, presidente del Pen Club Internacional y profeta de la crisis económica mundial: esto no lo digo yo, lo dijo la revista Time.
Pues yo hago la misma recomendación a los lectores que puedan tener la paciencia e interés de estar leyendo esto: "La civilización inconsciente" es un buen comienzo al que, seguro, seguirán otros, como "Los bastardos de Voltaire", "Diccionario del que duda" o "El colapso de la globalización". Pero déjenme añadir: "Viaje al corazón de la bestia que ocultan los Mercados", de José Luis Estrada, una voz lúcida y desoída que no llegó a ver sus libros impresos, pero que pueden leerse en: http://www.alaplaza.es/





viernes, 13 de abril de 2018

De ciudadanos a productos




El escándalo del tráfico de datos personales en Facebook (donde me sigo expresando), que es sólo una parte llamativa de la realidad de un constante comercio de datos a través de toda la Red, es la manifestación de un hecho muchísimo más grave, un paso más en la perversión de la democracia hacia su completa y silenciosa desaparición: si la globalización supuso la conversión de los ciudadanos en clientes, ahora hemos pasado de clientes a producto.


El sistema avanza y lo hace en la misma dirección que nos llevó a la gran crisis financiera, al progresivo recorte del Estado del Bienestar y a la desaparición de la clase media en pro de una sociedad cada vez más polarizada entre escandalosamente ricos y escandalosamente pobres.
Vivimos en una ficción económica. El presidente del PEN Club –mi nunca suficientemente citado John Ralston Saul- dice que en los años 70 el comercio era seis veces el valor de los bienes; en 1995 era 50 veces más y ahora, a falta de datos -porque se ocultan- calcula que es alrededor de 150 veces más. Y seguimos creando más y más dinero: tarjetas de crédito, bonos basura, derivados… y ahora bitcoins. Nunca ha habido tanto dinero y tan mal repartido.


Pero con dinero o sin él, el frenesí del consumo debe continuar. Y si, para ello, hay que resucitar la esclavitud, se hace. Y nosotros, los que menos dinero tenemos en la sociedad de la opulencia, los que lloramos viendo “Kunta Kinte”, cerramos los ojos a la esclavitud, incluso de miles de niños, para poder comprar los artículos que, gracias a ella, nos resultan baratísimos.

Llevamos ya decenios “de abrumadora mediocridad intelectual, sin sentido de la historia, ni imaginación, ni creatividad, sin pensar qué estamos haciendo y adónde vamos: una gran banalidad con tremendos resultados”, dice Ralston Saul. Pero además de estirpar nuestra consciencia, el neoliberalismo estirpó nuestra conciencia y ahora, en un paso más, abole nuestra propia personalidad para convertirnos, al tiempo que clientes que consumen incansablemente, en producto a consumir por quienes nos dirigen hacia su “Mundo feliz”.